Como Carlita hay muchas madres dominicanas atrapadas en la pobreza desde el embarazo adolescente y con hijos en la escuela. Liberarlas de tal desgracia es una oportunidad que se merecen, a la que tienen derecho.
La decisión de Danilo Medina de invertir cada año el 4% del PIB en la Educación es un triunfo enorme para la sociedad dominicana que luchó por ello. Está feliz porque tuvo razón y ha iniciado una verdadera revolución educativa.
Pero hay otra Revolución que está teniendo lugar en la vida de familias y negocios provocada por la Revolución Educativa. Dos revoluciones al mismo tiempo. Una que lleva a la otra.
Dicho de otra forma y mejor explicado, se lee así: las miles de aulas, cocinas y comedores construidos y en construcción, la Tanda Extendida, los mejores ingresos y capacitación de los maestros, tienen un impacto revolucionario en la educación, en las aulas, en las escuelas, pero en los hogares, en los negocios, en las comunidades, en los pueblos, se está produciendo otra Revolución. Esa otra Revolución está teniendo un gran impacto en la gente; mientras más pobre, mayor el impacto.
Para comprender esa Revolución en la Gente, basta averiguar cómo y quiénes construyen las aulas, cocinas y comedores, cómo compran y quiénes venden los alimentos que se sirven en las escuelas, cómo y quiénes fabrican los uniformes, botas y mochilas escolares y finalmente quiénes se benefician y a dónde va a parar esa gigantesca transferencia de miles de millones de pesos.
Sorteo gana el ingeniero, trabaja el albañil, pintor y varillero, vende el ferretero y la doña servicios de comida, fabrica el textilero, el herrero y el ebanista, vende el del gas y también el dueño de almacén, gana el colmadero y el carnicero, vende el agricultor y el ganadero, los padres desapuntan los hijos de la escuela privada y los inscriben en la escuela pública porque ahora, en el gobierno de Danilo, hay desayuno, comida y merienda y sólo tienen que ocuparse de la cena.
"Por ejemplo, yo solamente tengo que cocinar para mí y mi esposo. Para mis hijos ya no tengo que cocinar", confirma Clavel Matos, vecina de Carlita y madre de dos hijos.
"Yo quisiera que no me la quiten nunca, nunca, esa Tanda Extendida. Para mi eso ha sido una ayuda…", dice Carlita.
Darle a un muchacho desayuno, comida, sin merienda, de lunes a viernes, podría costarle a una familia bien pobre 3,000 pesos mensuales. A dos, 5,800 pesos y a tres, 8,750 pesos.
Aunque se lo “jalla muy chin", porque calcula que es mucho más lo que habría que gastar en sus 3 hijos que están en la escuela, la verdad es que Carlita ya no tiene ni tendrá la preocupación de salir a buscar un dinero que no va a conseguir porque no tiene empleo ni marido que la ayude.
De eso se ocupa el Gobierno. Ahora podrá ella trabajar y terminar sus estudios.
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