En la República
Dominicana el clientelismo político, en las últimas décadas, se ha convertido
en una práctica cotidiana y normal.
Impulsada por las clases oficiales que
estén de turno. Este anómalo mecanismo desvirtúa la misión de los servicios y
contribuye al menoscabo del interés
público del por que han sido creadas las
instituciones, vulnerando los aspectos técnicos de gestión, y convirtiéndose en
depósitos clientelares.
En este mecanismo
se plantean relaciones informales de intercambio reciproco de favores y
mutuamente beneficios entre dos sujetos en la cual existe la diferencia de
poder y control de recursos. Existe un patrón y un cliente. El patrón
proporciona bienes materiales, protección y acceso a recursos diversos y, el
cliente ofrece en cambio servicios personales, lealtad y apoyo político o
votos.
En la dinámica
social el clientelismo tiene facetas diferentes, pero el clientelismo político
adquiere relevancia por sus implicaciones en la dinámica económica de la
sociedad y sus instituciones. Es una práctica oculta e informal que no está
regulada legalmente, en la cual, el objeto del intercambio son los recursos
públicos o del estado. Tiene una contribución relativa baja
al empleo y presenta economías de aglomeración urbana media a media-baja. Alterando
el proceso cíclico/natural de toda economía. Tan solo con el anunciado
desembolso de los RD$1,6 MM., para el financiamiento de las campañas
promocionales de los partidos políticos, las expectativas de ventas en las
ferreterías, publicitarias, empresas textiles, etc., sin lugar a dudas dinamizará
toda la estructura económica nacional, y la
naturaleza de los procesos positivamente en sus diferentes sectores
relacionados con la actividad económica de consumo, producción y ventas.
En
realidad, el espacio económico es todo menos homogéneo, y no todos los
consumidores piensan y se comportan de la misma manera, y cambian en el tiempo
lo que complica mucho el análisis geográfico de los fenómenos económicos,
cuando está dinamizada de manera transitoria producto de una inyección de
capital motivada por la obtención de los votos para la asunción a una posición
política pública, como es el caso que
nos ocupa de un año electoral. Y para complicar las cosas los sistemas económicos
que se desarrollan en las diferentes regiones no están aislados unos de otros,
sino que se interfieren. De cómo, por qué, dónde y cuándo sucede esto, así lo conoce
la geografía económica.
Desde
el principio de su existencia el hombre ha buscado satisfacer sus necesidades
básicas: reproducción, alimentación, vestido y casa, aprovechando los recursos
que el medio les proporciona. Y aprovechar el desborde de los recursos de los
partidos políticos, en plena época de campaña proselitista no es la excepción. El comercio es la actividad que más ha
influido en el modo de vida de los grupos humanos, pues ya no producen para
satisfacer únicamente sus necesidades, sino que lo hacen también con el fin de
intercambiar sus productos y servicios con los de otros grupos dedicados a
distintas actividades. Estos cambios en la forma de vida se aceleran con el
desarrollo de las actividades industriales, comerciales y medios de transporte
y la comunicación, conformando las actuales formas económicas de la sociedad
moderna.
Para
comprender la revolución tecnológica del siglo XX, que determinó una creciente
automatización, la aplicación de tecnologías adecuadas, disponibilidad de
capitales, existencia de mano de obra calificada, estabilidad de los gobiernos
y políticas administrativas estimulantes. Se debe tener en cuenta la
organización económica del mundo, dividido en grandes bloques económicos que
tienen una influencia muy significativa en sus respectivas áreas. Todos estos
hechos nos obligan a estudiar y analizar la Geografía Económica, a partir de la
localización, causalidad y relación de los fenómenos económicos, por lo que su
importancia es más que evidente.
En el clientelismo
los bienes públicos no se administran según la lógica imparcial de la ley, sino que bajo una
apariencia legal se utilizan discrecionalmente por los detentadores del poder
político; normalmente se corresponde con figuras sancionadas jurídicamente como prevaricación o corrupción.
Sin embargo, existen pocos estímulos para que los copartícipes busquen acabar
con el sistema clientelar, puesto que éste se halla institucionalizado en el sentido sociológico del término
como patrón regular
de interacciones, conocido, practicado y aceptado, no
necesariamente aprobado por los titiriteros.
La relación de los clientes no se
apoya solo en su interés por los favores que pueden recibir a cambio de su
adhesión a las acciones clientelares, sino que está basada en la concepción que
estos se forman a partir de su experiencia del funcionamiento del poder, y en
las expectativas que así desarrollan. El elemento material y puntual de intercambio del clientelismo tiene así un
efecto persistente sobre las expectativas sociales, políticas y económicas de
los participantes; sino el conjunto de creencias, presunciones, estilos,
habilidades, repertorios y hábitos que la experiencia repetida, directa e
indirecta de estas relaciones provoca en los clientes. Más no así para los
beneficios de la colectividad o mayoría.
Estos factores
consolidan la relación, y disimulan el carácter de la transacción de
transitoriedad; al igual que el don de las sociedades prehistóricas, en el
cual la separación en el tiempo de los regalos recíprocos disimula el hecho de
que se trata de una forma de intercambio de equivalentes, en el clientelismo la irregularidad y falta de equilibrio
de los tributos sangra su carácter económico, la relación clientelar se
confunde con las afinidades personales dadas por la pertenencia común en grupos
sociales de todos las doctrina, familiares, etc. Los factores subjetivos se vinculan
más estrechamente a patrones/mediadores con sus clientes, y se transforman en
indispensables para que la relación clientelar no se quede en un simple hecho
mercantil.
Sin embargo, en Rep. Dom., las
relaciones entre las esferas políticas y económicas. Son conexas, según modelos que se apartan bastante
de los registrados en otros países de la región. Hay que citar que a partir de
la década de los 90 comenzaron a generarse nuevas dinámicas. Los riesgos de
captura del Estado por parte de intereses privados a través de un creciente
sector económico intermedio, y el clientelismo, que para esta época los
incentiva en busca de los votos necesarios para las elecciones, cuyo peso
parece ser cada vez más enigmático. Esta situación invita a la conclusión de
alerta sobre el riesgo de que se supriman las fronteras entre lo público y lo
privado y, por ende, entre política y economía.
Al principio de los
años 90, tanto en el sistema político como en el económico, se suscitaron
nuevas dinámicas que parecen apuntar en una dirección distinta. Estas nuevas
tendencias nos obligan a revisar la perspectiva sobre la relación entre
política y economía y centrarnos en las dificultades que la Rep. Dom., comparte
hoy con la mayoría de los países de América Latina. En este orden de ideas, los
peligros de captura del Estado por intereses privados a través del desarrollo
de un creciente sector económico intermedio, manejado por el sector privado,
pero estrechamente dependiente de decisiones políticas; y, por otra, el
clientelismo, cuyo peso parece cada vez más brumoso.