Por Esmirna Paredes
La pandemia de COVID-19 aceleró procesos que ya estaban en marcha, como el aumento de la desconfianza hacia la democracia como sistema político viable en todo el mundo. La misma se vio fuertemente debilitada por el impacto de una emergencia sanitaria que puso duramente a prueba la economía de los países democráticos y el estilo de vida de sus ciudadanos. A esto se sumó el discurso antipolítico promovido a través de los medios de comunicación, acompañado muchas veces por una fuerte desinformación que se ha traducido en un aumento de la desafección y de la desconfianza política por parte de los ciudadanos.
En América Latina ha habido un incremento de los regímenes populistas y dictatoriales, dado que las sociedades sienten cada vez más la necesidad de recibir ciertas garantías por parte del Estado Democrático que llevan muchos años pendientes. En varios casos esto puede significar sacrificar algunas libertades para ver otras necesidades cubiertas. Algunos ejemplos de este fenómeno podrían ser El Salvador, Argentina y Venezuela en el caso extremo.
En la República Dominicana se ha registrado un aumento en los niveles de abstención electoral por parte de la población. De hecho, los comicios de 2024 se caracterizaron por un aumento significativo en el nivel de abstención. Alrededor del 46% de la ciudadanía con derecho a voto no se presentó a ejercer el sufragio, sobre todo los jóvenes entre 25 y 35 años fueron los que más se ausentaron en los comicios celebrados en febrero y mayo del año pasado, según registros de la Junta Central Electoral.
Las causas profundas de dicho fenómeno podrían estar relacionadas con la desafección política que caracteriza a las democracias contemporáneas y la República Dominicana no es la excepción. La forma de hacer política en la actualidad, donde se promueve un discurso lleno de promesas vacías a sabiendas de que no se podrán cumplir y se trata de destruir al opositor con afirmaciones no siempre verídicas, genera desconfianza.
Las instituciones políticas, por su parte, parecen estar muy desconectadas de la sociedad dominicana. Un ejemplo de ello es la poca renovación del liderazgo dentro de los partidos. De hecho, en muchos casos tratan de imponerse líderes que ya cumplieron su ciclo político y que, en vez de optar por retirarse a formar nuevos dirigentes, insisten en seguir poniéndose en juego, aunque esto vaya cada vez más en detrimento de su legado y buena percepción pública.
Dado que las sociedades están en constante evolución, sucede que las nuevas generaciones no se identifican con los valores predicados por los dirigentes del pasado.
Todo este panorama representa un desafío para la supervivencia de los partidos políticos que sustentan el sistema democrático dominicano. Por esta razón, la democracia dominicana tiene la tarea urgente de renovarse para no sucumbir en la indiferencia de los ciudadanos. A este respecto, el politólogo Belarminio Ramírez Morillo afirma que: “en la medida en que el votante se hace más inteligente ejerce más presión y exige más competencia de los liderazgos. Por tanto, el liderazgo debe evolucionar con la sociedad en inteligencia y preparación. El desagrado en los partidos y políticos tiene mucho que ver con que se han quedado rezagados disfrutando del confort del poder o enfocados solo en conseguirlo”.
En este sentido, en la República Dominicana es necesario llevar a cabo una urgente renovación del liderazgo, donde los nuevos líderes gocen de agrado por parte de la ciudadanía, en base a su buena imagen y su capacidad de conectar con la gente desde la empatía, la prudencia y la humildad. De este modo, se podría tratar de frenar el evidente deterioro de la partidocracia y la desafección que caracterizan a la sociedad dominicana actual, evitando caer en el populismo y la dictadura, como ha sucedido en otros países latinoamericanos.
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