Por: Lic. Julio
César Concepción Rodríguez, MBA.,
Mail:jcconcepcion@yahoo.com
La Burguesía desenfrenada la llegada del capitalismo y
de la revolución industrial aumentó las relaciones comerciales y, al mismo tiempo, las prácticas ilegales.
Madame Caroline, protagonista de la novela El dinero, de Émile Zola,
publicada a finales del siglo XIX, hace un retrato sin piedad de las costumbres
de la época: “En París el dinero corría a ríos y corrompía todo, en la fiebre
del juego y de la especulación.
El dinero es el abono necesario para las grandes obras, aproxima a los pueblos
y pacifica la tierra”. Adam Smith, el máximo teórico del liberalismo, tuvo que
admitir que “el vulgarmente llamado estadista o político es un sujeto cuyas
decisiones están condicionadas por intereses personales”.
En este período, se suponía que la llegada de una nueva clase social al
poder podía traer mayor transparencia y
evitar los abusos anteriores, perpetrados por la nobleza. Porque, sin importar lo que se diga, el hecho de ser
ricos no le había impedido a las élites, a lo largo de los siglos anteriores,
robar (o comprar cargos y títulos). Pero la realidad es que tampoco la
burguesía iluminada pudo evitar caer en la tentación de usar la política para
su enriquecimiento personal. Alexis de Tocqueville sostenía que “en los
gobiernos aristocráticos, los hombres que acceden a los asuntos públicos
son ricos y sólo
anhelan el poder; mientras que en las democracias los hombres de Estado son
pobres y tienen que hacer su fortuna”. A costa del Estado, claro.
La putrefacción de los totalitarismos en el siglo XX, la llegada de los totalitarismos no hizo otra cosa
que reforzar las prácticas delictivas de los gobernantes. Con el fascismo y el comunismo la corrupción
entra a formar parte del funcionamiento del Estado. Pero incluso los estados
demócratas, ocupados en sus políticas coloniales, no se libraban de la lacra.
Winston Churchill dijo que “un mínimo de corrupción sirve como un lubricante
benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia”. Y, al
referirse a las colonias, Churchill cínicamente resumió esta política
expansionista de forma rotunda: “Corrupción en la patria y agresión fuera, para
disimularla”. Cecil Rhodes, el saqueador de África para los británicos, tenía
una máxima siniestra y muy reveladora sobre la política colonial. “Cada uno
tiene su precio”.
En la actualidad, con la consolidación del Estado de derecho, se supone que
el fenómeno debería estar bajo control, gracias a una mayor transparencia. Y
que, por lo menos, la corrupción debería ser mal vista y tener cierta
reprobación social.
Como dijo Tomás Moro: “Si el honor fuese rentable, todos serían honorables”. La corrupción es un
fenómeno universal, cuya raíz está en la educación, y particularmente en la
formación de los valores familiares, humanos y sociales, según Fredy Elhers “el
origen de la corrupción está en la codicia humana; en ese afán desproporcionado
de acumular dinero y poder”. Y el responsable directo de este verdadero
desquiciamiento que vive el mundo es el sistema económico-político que nos rige
que se ha instalado con matices, contenidos y alcances en el corazón de la
humanidad. La preferencia de las ataduras primarias, la incapacidad para asumir
responsabilidades y la búsqueda de privilegios o el poder, no importa cómo ni a
qué precio, poder y ganancias sin límites, a costa de un Estado de todos y de
nadie, que la mayoría quiere perjudicarle o sacarle ventajas.
Para reducir considerablemente este fenómeno es necesario un
cambio fundamental que involucre el modelo educativo en las escuela trabajar
con la construcción de los verdaderos valores del individuo, ha sido por
antonomasia, la falta de visión de las familias y las escuelas, como entidades
formadoras de valores humanos, y dentro de este contexto, la religión que
también articula las creencias, los conocimientos y las prácticas individuales
y sociales reconocidas por la comunidad. Pero hoy, la modernidad y sus
estrellas, la televisión, la computadora, los videojuegos y el celular han
colocado en la misma “valija” a los objetos de consumo masivo junto a los
valores humanos, otrora referentes de nuestra cultura. El resultado de esta
“ola” de permisividad o anomia (Estado de
desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la
falta o la incongruencia de las normas sociales), ha sido evidente la
amoralidad secular que quita referentes y ahoga el grito de unos pocos que
defienden a los seres humanos vulnerables y la naturaleza amenazada.
La perspectiva de la enseñanza no es una simple transmisión
de conocimientos, es en cambio estar poderosamente influida por principios pragmáticos,
que presupone aprender del esfuerzo y las funciones cognoscitivas. El multiculturalismo es también una manifestación de algunos de los efectos que debilitan el contenido de la cultura vernácula
de una sociedad democrática, pero necesitada de puntos de referencia claros.
Quiérase o no, las Universidades son la cantera de donde saldrán los líderes
sociales, económicos, políticos..., que gobernarán nuestro país en el futuro.
Además de ello, las Universidades preparan profesionales, produce ciencia,
cultura, investigación..., podría ser conciencia histórica, crítica de una
época para la sociedad. Esta función necesaria de liderazgo social y de cambio de
enfoque en la formación del hombre con cara al futuro es para cualquier nación
esencial. Si nos fijamos en los valores humanos, la Universidad es el más claro
instrumento de renovación y perfeccionamiento que posee una sociedad. Pero es
necesario la sinergia familia, sector educación básico/intermedia y las
universidades.
No hay elemento de progreso más eficaz, que la
formación/educación y cuyas repercusiones y consecuencias sean tan amplias para
el hombre por tanto, le corresponde la función de conservar los valores
permanentes del hombre, siendo una de sus funciones la de conjugar el progreso
en los aspectos materiales de la vida con la defensa de los valores humanos del
espíritu. Sin estos valores, la vida humana se va improvisando en cada paso,
acarreando la inevitable neurosis que genera el vivir con prisas y sin sentido.
En la formación integral del hombre en la Universidad y ello
no puede hacerse sin previamente situar este objetivo Síntesis de saberes.
Formación integral. Servicio al hombre. Servicio a la sociedad. De estos fines,
se deduce que las Universidades deben, ante todo, trasmitir cultura. pues, no
sólo transmitir conocimientos científicos y preparación técnica, sino también
educar el espíritu, forjar hombres cultos; no sólo con cultura científica, sino
también con cultura moral, artística y técnica.
No se trata de instruir simplemente, sino además tornar.
Formar es, pues. Promover la persona de que cada uno es portador. Píndaro
proponía: llega a ser “el que eres”, y si eso es cierto, nada puede haber tan
importante ni tan arduo como llegar a ser hombre. Yo agrego hombre de bien al
servicio de sanos intereses en beneficio de la mayoría y actuar siempre con
principios de honestidad y transparencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario